El diletante – Tres novelas

Tres novelas

Yan Lianke

Miguel Sardegna

1

La primera vez que escuché de Yan Lianke fue en un listado de candidatos al Nobel. No le guardo especial consideración a la biblioteca que el premio fue armando con los años, así que no me despertó curiosidad. No lo supe entonces, pero mi cabeza guardó el nombre como un eco lejano.

Ya se sabe que nadie llega tarde a ningún libro. La literatura nos espera y siempre nos alcanza en el momento justo. Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro, dice el proverbio zen. Durante esta segunda ola de la pandemia por el coronavirus en Argentina por fin me atrapó la literatura de Yan Lianke.

2

Nacido en 1958 en la zona rural de Henan, Yan Lianke es uno de los autores más reconocidos en China. Fue finalista del premio Man Booker y fue el primer autor chino en ganar el premio Franz Kafka. En su país obtuvo los premios Lu Xun y Lao She.

Varios de sus libros han sido prohibidos o retirados del mercado en China por abordar temas “políticamente sensibles”. Hay una historia de la literatura china contemporánea que no puede prescindir de los eufemismos que impone la censura. En las últimas tres décadas, Yan Lianke escribió más de veinte novelas. Estas páginas quieren detenerse solo en tres, traducidas directamente del chino por Belén Cuadra Mora para editorial Automática.

3

Días, meses, años (Nian Yue Ri, 1997) es la historia de una sequía.

Una aldea entera huye del hambre. Todos menos un anciano de setenta y dos años y su perro, llamado Ciego. Todos se van, pero el anciano tiene a su cuidado un maíz: apenas cuatro hojas que chispean de verde en una inmensidad estéril.

No sabemos si el anciano eligió aferrarse a una esperanza o solo ha decidido morir a su manera.

4

La historia de Ciego está vinculada con los saberes de la aldea y la tradición.

Para invocar la lluvia, disponen un altar con ofrendas y dos tinajas llenas de agua decoradas con la imagen del Dios Dragón. Entre las tinajas atan a un perro, que bebe y come mientras le ladra enfurecido al sol.

Algunos años, solo se necesitaron tres días para que los ladridos consiguieran que el sol retrocediera y dispensara la lluvia. Otros, siete días. Nunca más. Salvo ese año de la sequía eterna, en la que el sol no se aplaca y sigue saliendo y ocultándose.

Al día dieciséis, el anciano nota que el perro tiene el pelo chamuscado y ha dejado de ladrar. Lo suelta. El perro da unos pasos y choca contra un árbol. El sol le ha quemado los ojos, bajo la frente no le quedan más que dos pozos secos.

5

El sol pesa.

Un día en que el sol parecía arder con una intensidad diez veces mayor, al anciano se le ocurre pesar las pocas semillas que ha logrado juntar. A la sombra, el plato vacío de la balanza pesa una onza, pero si la pone al sol, es una onza con dos décimas. Confundido, lleva la balanza a una pendiente en la que el sol cae de lleno y pesa una onza y dos décimas y media.

A partir de ese día, el anciano se dedica a pesar los rayos del sol. Cuando amanece, los rayos en torno al cobertizo pesan dos décimas, al mediodía suben a más de cuatro y al atardecer vuelven a ser dos.

En cada uno de los momentos claves de Días, meses, años se nos cuenta cuánto pesa el sol. No hay calendario ni hay estaciones (el tiempo es una luna que pasa arriba del anciano y de Ciego), pero hay una balanza. Los días se confunden unos con otros. La única certeza es el cambiante peso del sol.

6

En las páginas de Días, meses, años late el rigor de las cosechas y de la China empobrecida del trabajo agrario, con sus sacrificios y penas. En El sueño de la aldea Ding también están las penas del trabajo agrario, pero se suma la fascinación de la China contemporánea por la posibilidad de progreso y desarrollo económico.

7

El sueño de la aldea Ding (Ding zhuang meng, 2005) comienza con un ocaso, un día de finales de otoño.

Hay silencio en la aldea. En un principio esta calma parece normal: el narrador nos cuenta que las calles están desiertas porque hace frío. Los perros volvieron a sus guaridas, las gallinas descansan en sus corrales y los bueyes se acurrucan en sus establos en busca de calor. El sol poniente cae tiñendo cielo y tierra de rojo sangre. De nuevo el sol, quizás es una advertencia, pensamos, pero enseguida desechamos la idea. Cuando el narrador declara que “todo estaba en calma, una calma densa y muda”, todavía creemos que ese silencio responde a que personas y animales se atrincheraron en sus casas contra el frío. Apenas planeamos por encima de la aldea y de la historia, todavía no entendemos demasiado.

Un renglón después todo se derrumba: el narrador comenta que, debido a esa calma, se marchitan las cosechas, se secan las hierbas y los árboles. La aldea se marchita, al igual que se marchitan sus habitantes.

Todavía no se nos habló de la enfermedad que padece todo Ding, tan parecida a una gripe de alta contagiosidad. Solo sabemos lo que cuentan estos primeros renglones, con días que se secan como un cadáver bajo tierra. Días como cadáveres, leemos. La aldea Ding, viva, parece muerta.

Una cita:

“Los vecinos de la aldea Ding languidecían encerrados en sus casas”.

Y otra más, casi doscientas páginas después:

“─Los niños tienen que venir a estudiar a la escuela.

─Con los adultos muriéndose, ¿de qué sirve que estudien?

─Muertos los mayores, ellos seguirán vivos.”

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Yan Lianke por Juan Carlos Comperatore

8

La literatura, ya se sabe, nos habla a nosotros, a cada uno, aquí y ahora. Más allá de cualquier forma de gobierno, sistema político o concepción cultural. En esta pandemia o en alguna anterior.

9

El sueño de la aldea Ding cuenta la historia de una comunidad rural china destruida por el comercio de sangre. Granjeros empobrecidos descubren en la venta de sangre una posibilidad de salvación, y se arrojan a ella con el cuerpo entero.

La venta de sangre provoca un brote letal de SIDA de proporciones pandémicas.

La fiebre explota por la llanura, sobre Ding y los pueblos vecinos, miles de aldeas condenadas, sin posibilidad de escape. “Los muertos serían tan abundantes como los cereales en otoño y habría tantas tumbas como fardos de trigo en verano”. Un hombre muerto es como una hormiga aplastada bajo la suela del zapato. No va a alcanzar la madera para construir tantos ataúdes, es necesario talar cada árbol. La aldea Ding se va a desintegrar en el olvido, va a morir como las hojas que caen de un árbol.

No hay una historia sobre la superación de enfermedades en El sueño de la aldea Ding. No hay ningún triunfo en estas páginas. Una pandemia no mejora a las personas, las revela. Algo de esto también aprendimos nosotros este último tiempo.

10

En Días, meses, años no hay lluvia.

En El sueño de la aldea Ding no hay lágrimas.

11

Crónica de una explosión (Zhalie zhi, 2014) es la historia de otra aldea, Explotia. Hay problemas comunes con los de la aldea Ding, y hay otros totalmente nuevos. Yan Lianke se permite aquí el humor y el cinismo, y lo agradecemos, después de haber pasado una temporada en Ding, aunque los cuerpos de los aldeanos siguen siendo inseguros y precarios. Son ellos los que impulsan el crecimiento económico en el espacio entre lo rural y lo urbano. Crónica de una explosión es una fábula política de crecimiento sostenido y meteórico: es el ascenso de Explotia de aldea a megaurbe, como Pekín o Shanghái, bajo la conducción de Kong Mingliang.

12

El secreto del éxito del alcalde Kong Mingliang descansa en el ferrocarril. Sabe que el tren trae progreso y tiene la suerte de que el trazado de vías pase por Explotia. Solo necesita enseñar a los jóvenes a trepar y vaciar su carga. Se prohíbe la palabra “robar” en la aldea. Lo que se hace en Explotia es “descargar”. La gente deja así de creer que dedican sus días a robar trenes. Como dijo Wittgenstein y también enseñó Orwell en 1984 con su Neolengua, los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. No se trata de ladrones sino de mártires que arriesgan su vida.

Explotia pronto atrae la atención de las aldeas vecinas y del gobierno central, no porque la “descarga” sea un problema que necesite ser combatido, sino porque es exorbitante la velocidad con la que acumula riqueza.

Pero un día los trenes se vuelven más veloces y ya no es posible seguir saqueándolos. Durante un año “el enriquecimiento detuvo el paso como si se hubiera roto un hueso”. 

El nuevo plan de Mingliang es enviar a los jóvenes a las ciudades, como parásitos de la economía de las zonas urbanas vecinas, y crear extensas redes de actividades clandestinas para generar dinero. Si alguno vuelve, se enfrenta “a las mismas sanciones que quienes incumplen la normativa de planificación familiar y tienen más hijos de los permitidos”. El futuro le vuelve a sonreír a Explotia.

13

Los principales apellidos en Explotia son Kong y Zhu. El tercer apellido más representativo de la aldea es Cheng, que se va a conformar con mirar la contienda de reojo, por un tiempo. 

Pronto las ambiciones de Kong Mingliang chocan con las de la bella Zhu Ying. La noticia de las primeras elecciones democráticas en Explotia los enfrenta en las urnas. Ya se sabe que si algo asegura la democracia es la posibilidad de elegir entre alterativas que otros ya han preparado antes para nosotros, sin que podamos apartarnos.

Las maneras de Zhu en la capital provincial son tan exitosas como las de Kong. La mayoría de las jóvenes echadas de Explotia fueron a parar a su “Ciudad del Ocio”, y como prostitutas enriquecen a sus familias.

Kong piensa que la gente no va a elegir a Zhu Ying como alcalde. “Al fin y al cabo era una puta”.

14

Yan Lianke a menudo basa sus historias en fuentes periodísticas. Evocando un real imposible, convierte lo ordinario en fantástico y grotesco para revelar las conexiones incondicionales entre la vida y la política. Le dio un nombre a esta estrategia literaria: shenshizhuyi. Las traducciones varían, todavía no hay consenso en el término en castellano. Algunos hablan de “mitorealismo”, otros de “realismo espiritual” o “realismo divino”. 

El epílogo que acompaña la edición de Crónica de una explosión, a cargo del propio Lianke, lo explica así: “El realismo espiritual recoge las causas y efectos internos que la realidad china esconde, el núcleo que no vemos en la fisión, y logra racionalizar y comprender el absurdo, el desconcierto, el desorden, lo irreal y lo ilógico de ese proceso de fisión”. 

15

En algún momento cambia la política con relación a la muerte en Explotia: se decide que ya no habrá más entierros, sino que se incinerarán los cuerpos. Es un golpe a las costumbres, como si en occidente no se permitiera despedir a los muertos queridos. Ding no se atrevió jamás a una política semejante cuando se quedó sin madera para ataúdes y sin espacio en sus campos secos.

Un día antes de que comience a operar el crematorio en Explotia, un grupo de ancianos se suicida para que sus restos puedan descansar en la tierra.

16

Cada vez es más difícil sorprenderse como lector. Nos pesan los libros leídos, y nos pesan los días, que se parecen tanto. Aprendimos a conformarnos con magias modestas. Yan Lianke propone volver a la desmesura de los auténticos milagros. La verdadera literatura es siempre un milagro que llega para hacernos entender mejor el rincón que habitamos y brindarnos compañía y consuelo.

Prometo estar atento al próximo Nobel, prometo militancia y compromiso. Descubrí un candidato que tiene destino de Olimpo.

26 de mayo, 2021

El sueño de la aldea Ding.jpg
El sueño de la aldea Ding
Yan Lianke
Traducción de Belén Cuadra Mora
Automática, 2013
376 págs.

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Crónica de una explosión
Yan Lianke
Traducción de Belén Cuadra Mora
Automática, 2018
480 págs.

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Días, meses, años
Yan Lianke
Traducción de Belén Cuadra Mora
Automática, 2019
114 págs.

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