El diletante – Alma partida

Alma partida

Akira Mizubayashi

Miguel Sardegna

La guerra es un monstruo grande y pisa fuerte. En 1938, Japón invadió Manchuria, continuando con su plan de expandirse en Asia. En ese tiempo turbulento sitúa su historia Akira Mizubayashi en Alma partida (Edhasa, 2020).

Como si el mundo no se desmoronara alrededor, tres estudiantes chinos y uno japonés forman un cuarteto de cuerdas en Tokio. Con Schubert encuentran el placer que anhelan. Schubert les propone también melancolía. Ya se sabe que la melancolía es una forma de resistencia.

Aunque lo más sensato hubiera sido regresar a su país después del estallido de la guerra, los estudiantes chinos permanecen en Japón. La música les concede un tiempo propio y ajeno al de los hombres.

Hasta que una tarde irrumpen los soldados japoneses, sospechan que la música es un pretexto para reunirse y conspirar. Los empujan, pisotean un violín con sus botas, parten en dos su alma. Uno solo de los soldados parece entender el valor de la banda sinojaponesa. Se llama Kurokami, Pelo Negro, y les impone una prueba. Le pide a uno de los músicos que toque para ellos. La suerte de todos a partir de ahí dependerá de que pueda demostrar virtuosismo con el instrumento.

Suenan entonces las cuerdas. Leemos, o escuchamos: “La pieza duraba apenas tres minutos. Tres minutos durante los cuales las notas de música se desgranaban como una sucesión de gotas de agua plateadas sobre una hoja de bambú después de un fuerte chaparrón”.

Más que la historia de estos músicos, que son llevados detenidos por los soldados, o de Rei, el hijo del violinista japonés que alcanzó a esconderse en un armario oscuro antes de que llegaran los soldados, Alma partida es la historia de ese violín pisoteado.

Akira Mizubayashi nació en 1951, en Sakata, Japón. Estudió Lenguas y Civilizaciones extranjeras en la Universidad Nacional de Tokio. Vivió unos años en Francia, donde estudió pedagogía y se graduó de profesor de francés como lengua extranjera. Estos avatares de su biografía dejaron una huella en su literatura. Alma partida, escrita en francés, tematiza el problema de la lengua, que es a la vez identidad y exilio. Ni siquiera el idioma japonés queda a salvo de su crítica y la mirada acusadora. Yu, el violinista japonés, dice en un momento, molesto por la política de expansión colonial de su país: “Mi individualidad es otra cosa que la que se define por el azar de mi nacimiento”. Ideas como esa lo llevan a ser acusado de hikokumin, un mal súbdito del Emperador, un traidor de la nación.

La lengua japonesa no se presenta como un bien común. Los protagonistas de esta historia la consideran un territorio que pone en escena las relaciones sociales de superioridad e inferioridad. Con sus numerosas expresiones formales, las palabras se eligen siempre adaptadas a una posición respecto del interlocutor de turno, enfatizando la distancia.  

Incluso el idioma es central para forjar un recuerdo. La novela se construye sobre una revelación que solo puede tener lugar dentro del idioma japonés y su sistema de escritura. El nombre Kurokami quedó impreso en la memoria del niño del armario, que a pesar de ser descubierto por el teniente Kurokami, no fue delatado. Vive en Francia ahora, tantos años después del incidente, habla francés. Su cabeza lleva años traduciendo Kurokami como “Pelo Negro”. Pero la voz fonética kami significa “pelo” y también significa “Dios”. Es necesario conocer el kanji para poder diferenciarlos. Kurokami, que se escribe en realidad con los kanjis de “Dios Negro”, no lo delató aquella tarde que lo descubrió en el armario, le permitió escapar y llevarse el violín partido. Su compasión hace pensar en la música recién ejecutada, todavía en el aire, que evocó bambú y chaparrones.

La dedicatoria que abre el libro y los agradecimientos finales son para los fantasmas del mundo, muertos-vivos que se encuentran en pena. Acaso los muertos, o los vivos, que deja cada guerra injusta.

13 de mayo, 2021

Alma partida. Akira.jpg
Alma partida
Akira Mizubayashi
Traducción de Lucía Dorin
Edhasa, 2020
252 págs.

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