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Animalia

Silvia Molloy


Fermín Eloy Acosta


Animalia es un libro que se arma en entradas breves, asociadas todas a la relación de la autora con diversos animales que protagonizaron, por causas de lo más variadas –y hasta excéntricas– escenas trascendentales a lo largo de su vida. A veces, como aquel que se titula “Vocación”, el retrato se concentra en la relación con cierto animal de infancia, como aquella rana que le mandan diseccionar en el colegio y a la que decide, durante el recreo, a espaldas de la maestra, sacrificar con un alfiler para evitarle el dolor cuando despierte; o como en “Transacciones”, se trata de una compañera de clase que vende, para las demás, gusanos de seda “adictos a las hojas”; o en “Pedacitos”, el relato de dos hermanas que, aburridas en un viaje de auto, deciden contar animales vivos primero y luego muertos, a la vera de la ruta, como en un reconocimiento de las atrocidades que expele el camino.

Los textos biográficos ligados a la adultez, por otra parte, recalan en sucesivos animales domésticos que tuvo Molloy a lo largo de su vida y que, narrados con una economía notable, develan, sin embargo, el revés de toda relación interespecie tramada en la convivencia y el afecto, es decir, cierta condición de equivalencia entre seres de diversos órdenes de lo viviente. La llegada o aparición de los animales, siempre un momento revelador, la elección del nombre, la transformación o el apaciguamiento del carácter, los intercambios epifánicos, la ambigüedad de un comportamiento enigmático, son las breves escenas que Molloy elige y siembra a lo largo de este breve libro. Algunos de los momentos más vibrantes del libro, por ejemplo, surgen en relatos como aquel en que Mickey, un gato, adopta como madre a una perra, Lola y, desde ahí, la autora captura de forma sutil el modo en que ambos animales se vuelven inseparables: cuando la perra muere, el gato parece entrar en una suerte de duelo y su salud se deteriora. En otro pasaje, situado específicamente en el transcurso de la pandemia del Covid-19, Molloy describe cómo uno de sus gatos, aquel que recibe el mote de “chúcaro”, que ha esquivado toda forma de contacto humano durante dos años, frente al episodio límite busca la manera de encontrar abrigo en su conviviente humana: “Sé que me mira porque una vez cuando prendí la luz me sorprendieron sus ojos, su mirada torva, casi encima de mi cara, como si me vieran por primera vez”. Más adelante agrega: “Nunca se ha acercado a pedirme nada, más bien se mantiene al borde. Evidentemente las cosas han cambiado: para él también”.

En esos relampagueos aparece, entonces, el cultivo de la ternura y la epifanía, el humor y la desazón. La serie que componen los fragmentos, sin duda, permite avizorar la construcción de una idea mayor, universal: la inseparable sociedad entre diversos órdenes de lo viviente, cierta zona de intercambios que sabe armarse entre las especies, más o menos secreta e indescifrable, pero que hace, acaso, la vida más vivible. A la autora que supo leer la pose en el modernismo o que describió de forma certera el carácter de una vida emplazada entre dos lenguas, le incumbe, acaso, el repertorio de gestos y señales que confeccionan dos gatas para disputarse el territorio sobre una almohada o el símbolo esquivo detrás de la aparición de un faisán en el jardín de una casa recién adquirida. Si el cuerpo de cada escrito se confecciona alrededor de ese centro que es la experiencia humana sutilmente intervenida por el intercambio con los animales, es el esfuerzo en la lectura de una sígnica de las especies la que lo atraviesa. Los intercambios, desencuentros o apegos revelan, texto a texto, sin duda, los modos en que el animal desordena, como dice Gabriel Giorgi, los repertorios de la cultura en un mundo donde la distinción entre especies debe leerse cada vez más delgada, como un contínuum orgánico, afectivo o material.

25 de enero, 2023

Animalia. Eterna Cadencia.jpg Animalia
Sylvia Molloy
Eterna Cadencia, 2022
76 págs.


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