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Kafka

Robert Crumb y David Zane Mairowitz


Tomás Villegas


Convertido en objeto de culto, en objeto de estudio, en mercancía, Franz Kafka (Praga, Imperio austrohúngaro, 1883-1924) ha sido uno de los autores más retratados, leídos, estudiados, legitimados y comercializados de la segunda mitad del siglo XX. La pregunta de la que se sirve Judith Butler a la hora de titular su libro de 2014 ─¿A quién le pertenece Kafka?─ encierra, claro, no sólo la disputa jurídica por la pertenencia material de sus manuscritos y borradores (y sus cuantiosos usufructos económicos), sino  una de las pregunta literarias por antonomasia, la del sentido de su obra.

Como se sabe, la ambigüedad radical de la narrativa kafkiana ha permitido que diversos campos del saber se arrogaran el derecho de incluir la especificidad de su literatura en su núcleo de intereses y competencias: desde las vanguardias históricas, el existencialismo, el psicoanálisis, la alegoría, hasta diversas vertientes del judaísmo y del cristianismo, como del marxismo y del liberalismo político. Del mismo modo, se rescatan dos tendencias ─que suponen, a su vez, dos aproximaciones distintas al hecho literario─: la que ve una relación crucial, determinante, entre vida y obra, por un lado, y, por el contrario, la que concibe a la literatura autónoma respecto de la biografía autoral.

La novela gráfica Kafka, a cargo del dibujante Robert Crum (Pensilvania, 1943) y el escritor David Zane Maiorwitz (Nueva York, 1943), no deja de ser una biografía historietizada y, en este sentido, su anclaje discursivo reside en las vicisitudes de la vida del escritor. No obstante, a lo largo del libro se grafican también una serie de textos kafkianos: las novelas El proceso, El castillo y América y los relatos "La metamorfosis", "La condena", "En la colonia penitenciaria", "La madriguera" y "Un artista del hambre". Este tipo de enunciación, de encadenamiento, genera un efecto de imbricación entre vida y obra y sugiere que los límites entre la experiencia vital y la literaria (aunque nunca directos ni espejados) van de la mano. El libro abre con la siguiente viñeta:

Kafka 1.png Fragmento de Kafka

Este es uno de los métodos con los cuales Kafka imaginaba su propia mutilación y muerte. En tanto recuadro de apertura podría instaurar una expectativa fatal y tremendista, como si el lector estuviera por presenciar ─únicamente─ un recorrido por la infinita y laberíntica neurosis del autor. Sin embargo, la pose estática e hipnótica, los brazos caídos ─el estado de pasividad general, tan kafkiano, por cierto─, las lonjas desprendidas, el sombrero saltarín, ofrecen una tensión cómica que deambulará por todo el libro. El matiz humorístico de Kafka, que a veces linda con el absurdo o con la irracionalidad del autómata, ha sido soslayado, sostiene Mairowitz, por los "carniceros de la cultura moderna", que han convertido una obra singularísima en un mero adjetivo, ligado sólo a fantasías de "condena y tenebrosidad".

La continua convivencia de rasgos expresionistas, de atmósferas pesadillescas y jerarquías incognoscibles, con situaciones del absurdo más pedestre, configurarían lo que Mairowitz llama la "intrincada broma judía" que atraviesa toda la producción kafkiana, y es también de allí ─de la cultura judía─ de donde procedería tanto su permanente, y casi humorístico, deseo de autohumillación. Ahora bien, es gracias a ese vaivén, a esa coexistencia de efectos de la productividad kafkiana, que resulta dificultoso anclar unidireccionalmente el sentido no sólo de la obra de Kafka sino del Kafka que diagraman Crumbs y Mairowitz.

Los autores acusan en la vida-obra del escritor una heterogénea gama de influencias: el teatro Yidish, el jasidismo, las inextricables callejuelas de Praga y sus pasadizos oscuros ─ceñidos por un aire antisemita generalizado─, las pobres experiencias sexuales, la toda poderosa figura paterna, por nombrar algunas. Pero la dificultad de reconocerse enteramente dentro de la tradición judía es, para Mairowitz y Crumbs, la clave de la indeterminación en la obra de Kafka. "¿Qué tengo en común con los judíos? ─apuntaba el escritor en sus diarios─ ¡Si ni siquiera tenga nada en común conmigo mismo!".

Más allá de las obsesiones autodestructivas que se figuran al comienzo, y que cobran conciencia a partir de su adolescencia, el libro propone un recorrido cronológico por la vida del autor, contextualizando las complejidades de nacer en un sitio perteneciente aún a los Hasburgo, en Bohemia, donde el nacionalismo checo repudiaba el dominio alemán, los alemanes denostaban a los checos, y "por supuesto, todos odiaban a los judíos".

Para Crumb y Mairowitz el conflicto y el temor ante Hermann, su padre, serían la fuente de la peculiar concepción kafkiana del poder: ante una jerarquía de tal magnitud, el individuo se disuelve entre la resignación y el pavor de ser aplastado, en la aceptación de que en esta distancia radica la más absoluta de las incomprensiones.

Kafka comic 2.png Fragmento de Kafka

Situado el conflicto cultural y filial, los autores insertan las adaptaciones de los relatos, provocando el entrecruzamiento entre experiencia vital y literaria. Inmediatamente después del trauma paterno, se historietiza "La condena", relato en el que un aparente padre desvalido termina por advertirle al hijo que le arrebatará la novia si la trae a su casa. A esta ficción le suceden los conflictos ─biográficos─ de Kafka con su propio cuerpo y con el acto sexual. "¿Qué podría hacer con ese cuerpo ─se pregunta Mairowitz─ que él veía demasiado flaco, desgarbado, sin gracia, una ofensa a la vista, y, lo que es más, un estorbo en el camino de los demás?" La respuesta a este dilema cobra la forma de la ficción más famosa de Kafka: "La metamorfosis".

Y así, en esta imbricación progresiva entre vida autoral y escritural, los acontecimientos de Kafka avanzan. Durante las primeras etapas de su tuberculosis, se instala en 1917 en la finca de su hermana Ottla, al norte de Bohemia. Allí conoce un breve tiempo de paz y tranquilidad, y su imaginación idealizada vuela: se cree un hombre capaz de trabajar la tierra, de cultivar papas. "Soñaba en irme a Palestina, como agricultor o artesano...para hallar sentido a la vida, en seguridad y la belleza".

Kafka comic 3.png Fragmento de Kafka

A esta altura del libro ─luego de haber pasado por las experiencias gráficas de El proceso, "La madriguera", "La colonia penitenciaria", El castillo, y las cartas a Felice y Milena─ el lector duda realmente de las intenciones de Kafka para consigo mismo. Uno de los grandes logros del trabajo de Crumbs y Mairowitz consiste en haber delineado la trama de una vida (y una obra) exquisitamente compleja e intricada, capaz de burlarse de sí misma, a veces consciente y muchas otras inconscientemente. En este sentido, el propio Kafka parece entrampado en lo que Borges llama, al hablar de la poética del checo, la "empresa imposible": ¿quién puede creer ─luego de leer el Kafka─ que alguien como Kafka será capaz de dejarlo todo para irse a Palestina? Destino sionista por excelencia sobre el cual el autor tuvo, por otra parte, reparos o llano desinterés durante gran parte de su existencia? ¿Se ha convertido Kafka, al final de su vida, en un personaje de su propia obra, proponiéndose metas inaccesibles, inalcanzables? ¿Acaso no había hecho ya de su pretendiente Felice, por dar un ejemplo, una relación escritural, literaria? "Escribir cartas ─asegura Kafka en una entrada de su diario─ es comunicarse con fantasmas, no sólo el fantasma del receptor, sino con el propio, que emerge de entre las líneas que se está escribiendo. Los besos escritos nunca llegan a destino, sino que se los beben estos fantasmas en el camino."  

Imbricados de este modo obra y vida kafkianas, lo que permanece son los (muy diversos) fantasmas que Crumbs y Mairowitz han sabido conjurar. La (muy diversa) escritura ─de cartas, de diarios, de cuentos, de novelas─ parece ser la única constante en la conflictiva existencia de Kafka: sin necesidad de llegar a ningún lado, y bajo su única y exclusiva vigilancia. "El acto de escribir es un sueño más  profundo que la muerte. Nadie me puede arrancar de mi escritorio por la noche ─le asegura a Felice en una carta─,  así como nadie intentaría sacar un cadáver de su tumba". Como un relato onírico indescifrable, negado a la interpretación tanto del soñador como del analista, la escritura kafkiana mantiene en pleno siglo XXI la vigencia de su indeterminación, dulce condena que los lectores experimentamos una y otra vez, ad infinitum.

9 de septiembre, 2020

Kafka Crumb.jpg Kafka
Robert Crumb y David Zane Mairowitz
Traducción de Leandro Wolfson
La marca editora, 2018
184 págs.


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